Soy de ese tipo de personas a las que les dicen que son “demasiado pacientes/buenas”. Y odio que me comenten eso como si fuera algo horrible. Casi tanto como si hubiera matado a alguien. Y no. No a todo. NUNCA SE ES DEMASIADO BUENA PERSONA, HOSTIAS. Hay dos cosas que me gustan de ser así:
- Lo primero positivo de ser personas tan pacientes y buenas es que, cuando nos vamos, no hay vuelta atrás. Es muy raro que cambiemos de idea. Y si alguna vez cambiamos de opinión (que ya digo yo que no suele suceder) es porque el corazón pesa y tira más que lo cabezones que somos. Eso sí, jamás nada será como antes, estaremos en estado de alerta e inconscientemente iremos buscando errores que nos den la razón de porqué nos “distanciamos” la primera vez. Y entonces aquí nos vamos, sin mirar atrás y sin titubeos. He de decir que para alcanzar esos límites nuestros egos y corazones han tenido que pasar por muchas idas y venidas, estacadas y mucho autocastigo interno y que nosotros no solemos manifestar y a los que le restamos importancia pensando que “habrá sido sin querer” o que “eso soy yo, que soy una dramas y lo estoy exagerando” o que “tampoco es tan relevante como para darle bola a esto” o también que “igual esto es por mi culpa, porque yo hace (mucho) tiempo hice o dije X cosa”. Un cojón. Nos culpabilizamos mucho por cosas que no nos corresponden. Dejamos que se nos caiga el corazón a trozos, que se nos haga añicos, pero hay una frontera que no cruzaremos jamás y que aunque en algún momento nos lleguemos a querer muy poco, nunca nos destruirán. Y menos mal que tenemos esa barrera blindada, porque si no yo sería un despojo humano y harían conmigo todo lo que quisieran, hasta quien no me conoce. Con cada ida y venida vamos poniendo la barrera un poquitín más arriba. Lo que significa que la siguiente persona que venga (sea de amistad, de relación, de compañero de trabajo, sea del tipo que sea) va a pagar las consecuencias. Porque ocurren dos cosas importantes: una es la que acabo de comentar, esa barrera que está abajo, pero que va subiendo; la otra es una coraza que tenemos todos a la que no cualquiera puede atravesar. Al principio era inexistente, algunos locos en algún momento ni la tuvimos, pero ahora la hay, ¡y vaya si la hay! Con cada golpe vamos fortaleciendo esa coraza de manera sobrehumana. Creamos dificultades en contra de aquel que intenta romperla para luego hacernos añicos. Porque hay muy pocas personas que se quedan cuando conocen a nuestro Austros, a nuestros demonios, a nuestras inseguridades, debilidades y que nos curan heridas a las que seguimos echándole sal cuando no nos la echan otros. Cuando llegas hasta ese epicentro de alguien, tu reacción es determinante. Al mínimo error que cometas... estás fuera. Con eso no se tontea, no cuando se ha sufrido antes tanto. Hay cosas que se deben cuidar, mimar y proteger. Y están mucho más allá de tus narices y de tu propio beneficio. Esas mismas cosas se hacen sin interés, sin buscar recompensa ni a traición. Tampoco se guardan para, en determinadas circunstancias, aprovecharlas y luego lanzárselas a la cara como una bomba. No. Las cosas no funcionan así.
- Lo segundo positivo es la manera de irnos de las personas en las que en un momento decidimos quedarnos. Una ventaja que tenemos, o al menos yo lo creo así, es que cuando vemos que no hacemos falta, que no somos necesarios, que estorbamos, o que solo estamos ahí para sufrir... nos largamos. Y nos marchamos de la misma forma en la que aparecimos: sin hacer ruido y sin hacer daño. Porque si decidimos estar, a sabiendas de conocer sus tormentas, fue para cuidarles. Porque nos importan esas personas y por el respeto que le tenemos, no usaremos jamás algo que sabemos que les jode por dentro en su contra. Eso es de ser alguien muy rastrero. A pesar de todo el daño que puedan habernos hecho, a pesar de todo el tiempo que haya pasado. Lo que ocurrió en esa relación, se queda en esa relación. No está entre nuestros planes hacer daño a conciencia y menos gratuitamente. De eso ya se encarga el karma, si es que existe. Nuestra prioridad es hacerles el bien lo mejor que podamos y sepamos. Si no cumplimos esa función, o si el llevarla a cabo está cruzando nuestras barreras, o si el sacrificio que estuvimos haciendo no compensa, nos largamos. ¿Y sabes lo gracioso? No es que nos vayamos por donde mismo vinimos... es que esas personas se encargaron de poner todos y cada uno de los granitos de arena para que terminase apareciendo un camino. Lo que no saben nunca es que cuando eso llega somos nosotros los que tienen las astillas de madera para construir una puerta y el suficiente hierro para su cerrojo. Forjamos con el fuego de las lágrimas de dolor que en su momento nos provocaron una llave que la cierra para siempre. Ahí jamás habrá vuelta atrás.
¿Alguna vez os habéis planteado cuánto de mierda de persona hay que ser para que las que somos así conozcamos nuestros límites de “uy, pues al final va a ser que no somos tan pacientes como dice la gente”? Porque también nos cansamos de tirar la toalla. Esto que pasa con las parejas es aplicable a todas las relaciones: “Una novia dura un tiempo, una ex toda la vida” (como escuché en una canción). Un examigo también lo será siempre. Y quienes vengan después tendrán que afilar más las garras y ser estrategas natos para desmontar nuestra coraza. Cuando lo consigan se habrán ganado el cielo con nosotros. Es algo incondicional. No hay medias tintas. O estás hasta el final o no estás nunca. Es simple, muy simple.
Hoy le digo a esa gentuza que piensa que las personas son "demasiado" buenas, que se vayan a tomar por culo. Y con eso me incluyo. Porque cuando era una adolescente justificaba el que me pasasen "cosas malas a mí" porque era demasiado buena. Y por supuestísimo que no era así. Era yo que estaba rodeada de gente tóxica. Ahora soy yo la que sigue estando aquí para mí. Ellos no. Y estoy muy bien sin ellos. Ahora les doy las gracias por echarme de sus vidas, por dejarme marchar. Y eso es una sentencia final. Ni yo volveré a sus vidas ni ellos a las mías. Estoy muy orgullosa de mí por eso. He conseguido recordar todo aquello sin un ápice de culpabilidad. Y no sabéis lo bien que sienta. Ni me hacen falta ni les hago falta. Lo mejor de todo esto es que nadie más me hará lo que ya me hicieron una vez. Ahora, a la mínima de cambio, les saco la misma puerta, con la misma llave que por primera vez usé. Sólo cambia la estética de la puerta, la esencia de la primera sigue siendo inquebrantable. Ya no tengo la mente en ese pasado. Ahora llevo tacones y estoy haciendo que mis pasos suenen. Cenicienta no es lo que y quien le dejan ser. Hoy es esa que quiere ser y que mejora para lo que quiere llegar a ser con sus puertas y heridas del pasado, ahora es más fuerte que nunca.

No hay comentarios:
Publicar un comentario